Todos los días, personas con niveles de coeficientes intelectuales superiores a la media fracasan
en sus empresas, sin embargo, otras personas con menos desarrollo cerebral,
aunque les cuesta conseguir sus logros, una vez que los consiguen no los
abandonan y evitan el fracaso. ¿Cómo es esto posible?
Daniel Goleman, en su ensayo “Inteligencia Emocional”
de 1995, quiere hacer constancia de
la importancia de un equilibrio entre la parte puramente racional del cerebro (el
CI), y el desarrollo emocional del
mismo (CE) e (IE). Es más, a veces las emociones tienen la capacidad de favorecer
o dificultar nuestra capacidad de pensar, planificar, acometer el entrenamiento
necesario para alcanzar un objetivo a largo plazo o de solucionar problemas; estableciendo así
los límites de nuestras capacidades mentales innatas y determinando así los
logros que podremos alcanzar en nuestra vida.
Es por ello que la IE es una aptitud maestra en la vida que el autor
quiere dar a conocer. Según el sociólogo Sanford Dorenbush: “la mayoría de
padres americanos blancos parecen dispuestos a admitir que sus hijos tengan
asignaturas más flojas y a subrayar la más fuertes, sin embrago la actitud de
los padres asiáticos es; si no te sabes algo estudiarás esta noche y si aun así
no te lo sabes, mañana te levantaras temprano
seguirás estudiando”. De esta forma, con el esfuerzo adecuado todo el
mundo puede tener un buen rendimiento escolar. Una fuerte ética cultural de
trabajo se traduce en una mayor motivación, celo, perseverancia y un acicate emocional.
Es necesario un CE elevado para
vencer las emociones negativas que paralizan la actividad cerebral en el grado
de ansiedad correspondiente, como las preocupaciones, la tristeza o el miedo.
Las habilidades que usa la inteligencia emocional para interactuar con el mundo
que tiene muy en cuenta los sentimientos, solo hay que observar cómo son
valoradas las personas con cierto grado de empatía; son tales como el control de los impulsos, la
autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, perseverancia, agilidad mental, y
el optimismo.
La empatía es el fundamento esencial de la inteligencia emocional,
la cual consiste en la capacidad de escuchar los sentimientos reales subyacentes al mensaje verbal, es el
modo más eficaz de escuchar sin adoptar un una aptitud defensiva. Por ejemplo
los miembros de una pareja deben de llegar a tal punto de ser capaz de
empanizar con el otro hasta sosegar sus propias reacciones emocionales hasta
volverse lo bastante sensible a sus propias respuestas fisiológicas como para poder
captar con fidelidad los sentimientos de su pareja. Sin esta receptividad
fisiológica no existirá la menor posibilidad de captar los sentimientos del
otro. La empatía desaparece en el mismo momento en el que nuestros sentimientos
son tan poderosos como para anular todo lo demás y no dejar abierta la menor
posibilidad de sintonizar con el otro.
Esta escucha emocionalmente adecuada se basa en “reflejar”. Un miembro
expresa una demanda, y el otro debe
formularla en sus propias palabras, tratando de expresar no solo los
pensamientos sino los sentimientos subyacentes implicados. El hecho de sentirse
adecuadamente reflejado no solo proporciona la sensación de que uno está siendo
comprendido, sino que también conlleva necesariamente una cierta armonía
emocional que a veces basta para desmantelar un ataque inminente y terminar con
la violencia que puede conducir un enfrentamiento abierto.
La comunicación abierta según Haim Ginott, pionero de la
comunicación eficaz, no supone un desafío, una amenaza o un insulto, y no da
lugar a actitudes defensivas como la excusa, evitación de responsabilidades, contraataques
destructivos…en este so la empatía vuelve a ser un factor vital.
Para que estas estrategias demuestren su utilidad en los momentos
emocionalmente más críticos, deben de estar suficientemente grabadas. Nuestro
cerebro emocional reacciona de manera automática con aquellas respuestas
emocionales que hemos aprendido a lo largo de toda nuestra vida en los
repetidos momentos de enfado y de sufrimiento emocional, tal que estas terminan
dominando todo nuestro panorama mental. La memoria y al reactividad están muy
estrechamente ligadas a las emociones y
es por eso por lo que en estos momentos resulta más difícil evocar respuestas
asociadas a las situaciones de calma. Así pues,
sino nos familiarizamos y entrenamos en dar respuestas emocionales más
positivas en situaciones de estado neutro, nos resultara sumamente difícil
poder llegar a evocarlas cuando estemos alterados.
El adiestramiento en este tipo de respuestas hasta hacerlas automáticas nos
proporcionara la oportunidad de recurrir a ellas en medio de una crisis
emocional. Por esta razón, si queremos que las estrategias recién citadas se
conviertan en respuestas espontaneas o que no tarden demasiado en producirse y lleguen a formar parte de nuestra forma de
actuar común debemos ensayarlas y practicarlas
tanto en momentos de tranquilidad como en los medios de más acalorada
discusión.
Todos estos medios contribuyen a forjar nuestra inteligencia emocional, son
púes antídotos contra la desintegración intrapersonal.
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